Santa Ana se levantó cuando la vieja Triana se unía con Sevilla por el puente de barcas, sencillas, efectivas y altas naves sin marineros para que el Guadalquivir no se colara en aquellos cascos del tiempo almohade, que funcionaban de vía de comunicación 77 años antes de que el almirante Bonifaz abriera las aguas para la Reconquista de Fernando III. Su hijo, Alfonso X el Sabio, mandó construir la que es la más antigua iglesia de nueva planta cristiana de Sevilla, en honor y agradecimiento a la madre de la Virgen María, que lo había curado de un literal mal de ojo.
Aún la Giralda estaba vestida de mora y no se coronaba de su Santa Juana, de nombre travestido en Giraldillo, en el tiempo en que la Catedral del arrabal empezó a alzarse al hilo de las mareas y los aires de sal que subían por el río desde Sanlúcar… Sevilla-mar, que siglos después absorberían los vaporcitos entre recios areneros y ásperas sirgas, cigarreras que colonizaron la arquitectura de hierro del nuevo puente o que descendieron por la escalerilla de Tagua para embarcar hacia la universidad del tabaco, y trianeros, siempre trianeros de marca de esta república permanentemente independiente que se configuró como tal conservando hasta en la diáspora su historia, entreverada de leyendas, tonás de gitanos de bronce, cerámica y barro y sus santas mártires alfareras Justa y Rufina, su funesto Castillo de la Inquisición y esta iglesia monumental que este año está cumpliendo siete siglos y medio como corazón del barrio que es guarda y collación de Sevilla.
La ciudad apenas conoce la parroquia de Santa Ana, y aún menos sus anales seculares, sus singularidades y curiosidades o el espectacular patrimonio artístico religioso que conserva y que, ahora, con la oportunidad de la efemérides, se muestra a Sevilla. «Lo que fue, lo que es y lo que será» esta Seo extraordinaria del arrabal único, es en el entrecomillado que corresponde a su párroco, Eugenio Hernández, lo que podrán ver los sevillanos de este templo al que el arzobispo, monseñor Juan José Asenjo, dedicó su carta pastoral «Esplendor y gloria de Triana», con motivo de la concesión, al hilo del aniversario, de un Año Jubilar.
Santa Ana nos habla primero del origen gótico mudéjar marcado en sus cimientos y en la fisonomía medieval de ladrillo y piedra de sus muros, que procuró el arquitecto Rafael Manzano en su restauración de los años setenta; de su enorme pasado renacentista In illo tempore de la Carrera de Indias, con tanta unión con la marinera Triana y con este sacro lugar de despedida de marinos y descubridores, como los expedicionarios que partieron con Magallanes y regresaron con Elcano de circunnavegar por primera vez el Mundo, que se postraron ante la Virgen de la Victoria que hoy ocupa la que fue capilla de Santa Bárbara, propiedad de los artilleros, de este templo, cuajado de pinturas y retablos de los mejores artistas del quinientos; y se nos presenta también barroca por mor de la moda artístico-catequética devenida de Trento y del devastador terremoto de Lisboa de 1755, tras el que dejó su huella Pedro de Silva, maestro mayor de obras del Arzobispado, que recompuso los daños.
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