Cualquiera que visite la ciudad se llena de asombro porque Sevilla tiene «duende», como se suele decir por aquí. Pero muchos turistas nacionales e internacionales que vienen a conocerla en estas fechas por la Feria de Abril se quedan desconcertados. Si tienen un amigo sevillano están de enhorabuena y si se han informado un poco sabrán que existen hasta 16 casetas públicas de libre acceso para poder disfrutarla en todo su esplendor. Sin embargo, las otras mil restantes son privadas, un número un tanto desproporcional desde la perspectiva del foráneo. ¿Será cierto que es una fiesta cerrada y elitista?, ¿de dónde proceden estas restricciones?, ¿por qué en las demás ferias andaluzas no sucede esto?, ¿cómo podemos eliminar esta «mala» fama que se ha creado? Este fenómeno merece un estudio antropológico cuanto menos.
Los orígenes de la Feria de Abril se encuentran en un 25 de agosto de 1846 en el que Narciso Bonaplata y José María de Ybarra firmaron una proposición que presentaron al Cabildo Municipal pidiendo autorización para que durante los días 19, 20 y 21 de abril se celebrara una feria anual. El Cabildo Municipal vio con buenos ojos esta iniciativa y fue secundada por numerosos ganaderos y agricultores. Así en 1847 se celebró la primera Feria de Abril de Sevilla.
En aquel momento, la agricultura y la ganadería movían la economía de la ciudad y del país, y, por ello, la existencia de mercados agropecuarios eran acontecimientos fundamentales que favorecían el progreso socioeconómico de las localidades en las que se celebraban. Con esta concesión comercial se abrió para Sevilla una oportunidad de crecimiento.
En esa primera feria hubo 19 casetas, pero no como las conocemos hoy en día. Eran puestos de venta y tabernas públicas ubicadas en la calle San Fernando y el Prado de San Sebastián.
El Duque de Montpensier, el que fuera cuñado de la Reina Isabel II, montó en 1848 una «tienda» prácticamente a las puertas de su propio palacio en San Telmo y, dos años después, instaló la primera caseta privada en el real. «El duque, un asiduo de la feria de Mairena del Alcor -la primera y más antigua de Andalucía (1441)-, era un entusiasta de la fiesta, pero prefería rodearse de gente de su nivel social y mantenerse alejado del pueblo. Cuando venía a Mairena visitaba la feria en compañía del alcalde y los ricos de la villa», explica el historiador José Manuel Navarro a ABC y que también se recoge en su libro «La Feria de Mairena del Alcor. Mercado y Fiestas (1750-1850»).
«En Sevilla decidió instalar una tienda de campaña lujosa en el real para disfrutar del ambiente pero en un recinto privado, cerrado y vigilado por sus criados, para invitar a sus amigos y pasar la feria rodeado de sus iguales. En los años siguientes le imitaron los nobles y ricos de Sevilla y pronto el real se fue llenando de casetas privadas», continúa Navarro.
Ya lo decía José Velázquez y Sánchez en el desaparecido diario El Globo en 1877, cedido por el historiador Julio Mayo: «Los duques de Montpensier, las autoridades, los institutos diferentes de la milicia, distinguen sus respectivos apeaderos en el Real, y bandas y orquestas amenizan mañanas y tardes en torno a las casetas privilegiadas (...). Los forasteros contemplan embebecidos los pabellones que ocupan jefes y oficiales de la guarnición (...). Las sociedades de recreo disponen hospedaje y diversión a sus individuos y familias y a los extranjeros notables».
Es decir, desde que la Feria de Abril de Sevilla se instaló en el Prado y sus inmediaciones era una fiesta donde había diferentes estamentos sociales y restricciones en el acceso a la casetas. La clase alta, las entidades sevillanas y las distintas sociedades se situaron en la calle San Fernando y el pueblo, en el Prado.
Las cigarreras jugaron un papel imporante, porque a ellas se le debe parte del origen de las sevillanas. Como dato curioso, «las sevillanas se consideraban de clase baja, de hecho en las casetas de la nobleza no se bailanban», apunta Mayo.
Ferias abiertas
Sin embargo, las ferias andaluzas, como la de Mairena del Alcor, Carmona o Jerez, han sido abiertas desde sus comienzos. Tenían un carácter comercial, en la que las «casetas» pretendían hacer negocio. «La mayor parte de las casetas, desde que tengamos datos fidedignos en el siglo XIX, eran establecidas por taberneros para hacer negocio y eran públicas», asegura Navarro y añade que «a principios del siglo XX, tenemos noticia de asociaciones y hermandades que establecen casetas, tómbolas y puestos para financiar su actividad, por lo que no tuvieron más remedio que ser públicas».
Hoy en día, las ferias han perdido su carácter ganadero imponiéndose el festivo. También, la mayoría de las casetas son públicas y suelen pertenecer a grupos de amigos, hermandades, asociaciones, colegios, partidos póliticos, sindicatos... y las usan como medio de financiación de sus actividades durante todo el año.
En Sevilla capital no sucede esto. «Hay un sector de la sociedad sevillana con mucho apellido que necesita destacar por encima de los demás. La Feria de Sevilla es una proganda social», dice el historiador. «La capital es muy conservadora y las costumbres permanecen a pesar de los siglos».
Pero en los últimos tiempos estas costumbres están dando un giro. La tradición va cambiando, lentamente, a favor de los que vienen de fuera, para dar cobijo a los miles de visitantes que se esperan. El Ayuntamiento de Sevilla ha anuciado este año, como novedad, que habrá una caseta de libre acceso para turistas y también contará con dos escenarios al aire libre en los que se ofrecerán actuaciones en directo para el público que no tenga caseta. Este año, sí, parece que la Feria de Abril será un punto de encuentro para todos.
FUENTE: ABC DE SEVILLA
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